War of the Confederation
The War against the Peru-Bolivian Confederacy was fought between 1836 and 1839, between the Peru-Bolivian Confederacy and Chile, mostly in the actual territory of Peru and ended in a Chilean victory and the disolution of the Confederacy.
Background
The creation of the Peru-Bolivian Confederacy caused great alarm in the neighbouring countries, due not only to the territorial expanse but also to the perceived threat that such a rich state could come to signify. Diego Portales, arguably the most important Chilean statement of the XIX century, who at the time was the power behind president José Joaquín Prieto, was very concerned that the new Confederacy would break the regional balance of power and even attempt against Chilean independence. But that was just one of the reasons behind the war. At the time also, the Chileans and the Peruvians were in a heated competition for the control of the commercial routes on the Pacific, and for the Chileans specially, but also for the nor-Peruvians, the Confederacy was viewed as a serious threat to their economic interests.
The conflict started with a tariff disagreement. Peru raised its tariff on Chilean wheat from 12 cents to 3 pesos - an increase of over 250%. Chile responded by raising the tariffs on Peruvian sugar by the same amount. The hostilities started to grow until the mexican minister to Chile (ambassador) offered to mediate in the conflict. War was averted, but the recently signed Treaty of Friendship, Commerce and Navy, signed in January of 1835 was declared null and void on February 14, 1836, when President Salaverry was replaced by General Orbegozo in Peru. In the meanwhile, the Confederacy was already taking form.
Uno de los exiliados en Perú por la victoria conservadora, el general Ramón Freire consiguió una pequeña ayuda del gobierno peruano para el arriendo de unos barcos que tendrían como destino derrocar el gobierno de Prieto. La aventura de Freire terminó mal, la fragata Monteagudo se sublevó y se entregó a manos gubernamentales, y Freire, después de capturar exitosamente Ancud, fue hecho prisionero y confinado a Juan Fernández.
Esta agresión exterior determinó que Portales pasara a la ofensiva y confiara al marino español Victorino Garrido una audaz misión que consistía en perpetrar un asalto contra la escuadra peruana fondeada en el puerto de El Callao. A pesar de la manifiesta inferioridad naval chilena, la mayor parte de la escuadra peruana fue apresada.
Para Portales la situación se volvió inaceptable, y se lanzó en una obsesión que solo podía terminar con la destrucción de la confederación. Se respondió con otro golpe, el del marino español Victorino Garrido, que al mando de dos naves se dirigió al Callao para atacar por sorpresa las naves de la confederación. El 21 de agosto de 1836, Garrido se apoderó silenciosamente de 3 barcos.
En vez de iniciar una guerra directamente, que pondría en peligro a la naciente Confederación, Santa Cruz intentó entablar negociaciones con el gobierno chileno. El Congreso chileno envió a Mariano Egaña con poderes plenipotenciarios para exigir a Santa Cruz, como puntos innegociables para llegar a acuerdos de paz, la disolución de la Confederación; el pago de las deudas de la expedición libertadora y del empréstito adeudado a Chile; la limitación de las tropas peruanas; acuerdos comerciales entre ambas naciones y una indemnización por la incursión de Freire, de la que se hacía responsable el gobierno peruano. Santa Cruz cedió en todo menos en la disolución de la confederación, punto innegociable, así que tal como se esperaba las negociaciones concluyeron en fracaso y Chile declaró la Guerra a la confederación el 28 de diciembre de 1836, e invistió al ejecutivo de la suma del poder.
Al mismo tiempo y paralelo a las acciones chilena, las intrigas de Santa Cruz en Argentina movieron a este país a declararle la guerra a la confederación. El gobierno de Rosa declaró la guerra el 9 de mayo de 1837, y si bien tenían un enemigo común, Chile y Argentina actuaron de forma separada.
Antecedentes
Durante la época virreinal, el territorio que constituía la Audiencia de Charcas o el Alto Perú, dependiente en un primer momento del Virreinato del Perú, desde 1776 pasó a formar parte del Virreinato del Río de La Plata. Este territorio fue independizado en 1826, naciendo la República de Bolivia. Años más tarde, surgiría un proyecto político ambicioso cuyo propulsor principal fue el mariscal boliviano Andrés de Santa Cruz, que propugnaba la creación de un estado confederado sobre la base de los territorios del Perú y Bolivia, históricamente unidos por diversos lazos, especialmente étnicos, culturales y económicos. Esta integración buscaba entre otras cosas restaurar los antiguos circuitos mercantiles establecidos en ambos territorios desde tiempos ancestrales, así como promover una política de libre comercio con el extranjero. Luego de un intenso periodo de crisis política, la Confederación quedó establecida en 1836, conformada por tres estados confederados: el Estado Nor Peruano, el Estado Sur Peruano, y Bolivia.
La conformación de esta nueva nación, tuvo importante acogida en los departamentos del sur peruano al poder beneficiarse del libre comercio, pero en cambio no fue bien recibida por la élite limeña y del norte peruano, que tradicionalmente habían mantenido un intercambio comercial cerrado con Chile, país que a su vez vio a esta confederación como una amenaza para sus intereses económicos.
Los enemigos de la Confederación Perú-Boliviana
Se habían afincado en Chile numerosos políticos y militares peruanos adversarios a Santa Cruz, cobijados muy astutamente por el ministro Portales. Un grupo lo constituían los vivanquistas (seguidores del general Vivanco), con el mismo Vivanco a la cabeza y sus colaboradores Martínez y Felipe Pardo. También se hallaban los adeptos a Agustín Gamarra (quien se refugio al principio en Guayaquil), tales como Bujanda, Torrico, Negrón, Frisancho, Frías, Lasarte, Arrisueño, etc. El otro grupo, más cercano a Portales, estaba dirigido por La Fuente,. Dice Rubén Vargas Ugarte, S.J.:Template:Cita
La guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana
El contexto internacional no era favorable para los intereses chilenos. Santa Cruz había conseguido con habilidad apoyos internacionales (Gran Bretaña, Francia, y Estados Unidos), mientras que los aliados chilenos (Argentina y Ecuador) no se atrevieron a intervenir. Por otra parte, la contienda tuvo una mala acogida en la opinión pública, pues no se comprendían bien las razones del enfrentamiento.
El gobierno chileno estableció estado de sitio y dotó de facultades extraordinarias al Poder Ejecutivo para actuar autoritariamente. En 1837 se promulgó la Ley de los Consejos de Guerra, tribunales que se regían por el severo código militar y que carecían de recurso y de apelación. La oposición acusó a Portales de autoritarismo, al tiempo que desplegaba una intensa campaña en la prensa contra éste y la impopular guerra.
La tensión política y la oposición de la opinión pública a la contienda se trasladaron al ejército. José Antonio Vidaurre, jefe del regimiento Maipo acantonado en Quillota, apresó a Portales cuando éste pasaba revista a las tropas. Las tropas sublevadas se dirigieron a Valparaíso con el fin de apoderarse de esta plaza, pero Manuel Blanco Encalada movilizó a la infantería de línea, alertó a la escuadra y con la valiosa ayuda de las milicias cívicas derrotó a los sublevados. Sus jefes y oficiales fueron condenados a muerte por la rebelión. No obstante, en la retaguardia de los sublevados, el capitán Santiago Florín, tras los primeros combates, hizo fusilar a Portales.
Las negociaciones de paz
En septiembre de 1837 el gobierno de Chile estaba resuelto a acabar con la contienda. Para ello envió una escuadra al mando de Blanco Encalada y Roberto Simpson, la cual ocupó Arequipa (Perú), si bien no encontró la ayuda y adhesión que supuestamente le habían manifestado las noticias de ciertos agentes peruanos. Al verse en franca minoría, Blanco Encalada no tuvo más remedio que firmar un tratado de paz, el Tratado de Paucarpata, que establecía la devolución a Perú de los barcos apresados, el reestablecimiento de las relaciones comerciales, la retirada del ejército chileno, así como el reconocimiento peruano de la deuda reclamada.
En diciembre, cuando Blanco Encalada llegó a Valparaíso, los términos del acuerdo no sólo no convencieron sino que enojaron al gobierno chileno y a la opinión pública en Chile. Tanto Blanco Encalada como Antonio José de Irisarri fueron acusados y juzgados como responsables de esta afrenta, aunque finalmente fueron absueltos.
La continuación de la guerra
En 1838, el general chileno Manuel Bulnes Prieto, al mando de un ejército de seis mil hombres, emprendió la contienda. La singularidad en esta ocasión, además del notable incremento de tropas disponibles, era la presencia del general peruano Agustín Gamarra y otros exiliados peruanos en las filas de la expedición, lo cual le confería el carácter de contienda civil peruana.
El 21 de agosto de 1838 tuvo lugar el Combate de Portada de Guía, que permitió la ocupación de Lima por el ejército chileno, comandado por Bulnes. En la capital peruana se convocó un cabildo abierto que proclamó como presidente provisional del Perú al general Gamarra.
A este primer éxito bélico chileno le sucedieron en enero de 1839 el Combate Naval de Casma, en donde los corsarios franceses que luchaban al lado de la Confederación fueron derrotados por Robert Simpson. Posteriormente el ejército de Santa Cruz fue completamente derrotado en la Batalla de Yungay, el 20 de enero de 1839. En esta batalla las tropas de la Confederación esperaban resistir la ofensiva de Bulnes parapetadas en el cerro Pan de Azúcar. Tras el combate, el general chileno Manuel Bulnes fue nombrado Gran Mariscal de Ancash por el general peruano Agustín Gamarra.
La derrota peruano-boliviana significó la desintegración de la Confederación y el exilio de Santa Cruz a Guayaquil, Ecuador. Sin embargo, Gamarra prosiguió la contienda contra Bolivia. La derrota del ejército peruano en Ingaví en 1841 hizo que las tropas bolivianas del general José Ballivián ocuparan el territorio peruano hasta Arica. No obstante, ambos contendientes se avinieron a firmar una paz en 1842, previa mediación del Ministro Plenipotenciario peruano José Antonio de Lavalle.
Visión peruana
Acciones navales
Las acciones navales por parte de la Armada de Chile no se hicieron esperar: el 21 de agosto de 1836 arribó al Callao el bergantín de guerra chileno “Aquiles”, en lo que se suponía una visita de buena voluntad. Sin embargo, aprovechando el estado de desarme en que se encontraban los buques de guerra peruanos en el fondeadero, por las luchas internas de los años precedentes, esa misma noche llevó a cabo un sorpresivo ataque que le permitió capturar a la barca “Santa Cruz”, el bergantín “Arequipeño” y la corbeta “Peruviana”.
Se inició así la guerra entre Chile y la Confederación Perú-Boliviana. La primera fase de esta guerra debió definirse en el mar, y fue por ello que uno y otro bando trataron de hacerse de su control. En el caso de la Confederación, esta fase de la campaña estuvo en manos de la Armada Peruana, cuya flotilla compuesta por las corbetas “Socabaya” y “Confederación” y el bergantín “Congreso” zarparon en noviembre de 1837 con la finalidad de incursionar sobre territorio enemigo. Primero atacaron el Archipiélago Juan Fernández, en donde rindieron a la guarnición que tenía a su cargo el presidio y libertaron a los presos políticos, para luego bombardear los puertos chilenos de Talcahuano, Huayco y San Antonio, llegando también a desembarcar tropas de Marina en San Antonio y Caldera.
Derrota de Manuel Blanco Encalada y Tratado de Paucarpata
[[Imagen:RamonCastilla.jpg|thumb|250px|Mariscal EP Ramón Castilla.]] Por su parte, el gobierno chileno y los peruanos opositores de la Confederación prepararon una expedición que al mando del almirante Manuel Blanco Encalada desembarcó en el sur peruano y avanzó sobre Arequipa. Tras permanecer en esa ciudad durante más tiempo la fuerza expedicionaria de Blanco Encalada fue obligada a rendirse, por el mariscal Santa Cruz, firmando el Tratado de Paucarpata, el 17 de noviembre de 1837 y reembarcándose con destino a su país. El tratado fue posteriormente repudiado por el gobierno chileno, que envió un escuadrón compuesto por cinco buques de guerra al mando del marino británico Robert Simpson para hostigar la costa peruana. A estas naves le salió al encuentro en las afueras del puerto peruano de Islay un escuadrón peruano formado por la corbeta “Socabaya” y los bergantines “Junín” y “Fundador” a órdenes del capitán de fragata Juan José Panizo. Simpson intentó destruir esa fuerza naval el 12 de enero de 1838, pero Panizo logró maniobrar inteligentemente durante varias horas logrando poner a salvo a sus naves ante un enemigo superior en número y fuerza. Aquella acción, conocida como el Combate Naval de Islay, fue un triunfo peruano, que concluyó con la retirada de los buques chilenos.
El Tratado de Paucarpata no es ratificado por Chile
Sin embargo a lo largo del año, Chile logró obtener el control del mar y en septiembre estuvo en condiciones de despachar una nueva y poderosa expedición restauradora con 5.400 soldados al mando del general Manuel Bulnes Prieto. Las fuerzas de Bulnes, reforzadas por los peruanos opositores a Santa Cruz, entre los cuales estaban Agustín Gamarra y Ramón Castilla, lograron derrotar a Orbegoso, en agosto; y luego a Santa Cruz en la decisiva Battle of Yungay, el 20 de enero de 1839. Ocho días antes, el 12 de enero de 1839, el escuadrón naval chileno al mando de Simpson y algunos buques que habían transportado a la expedición del general Bulnes fueron atacados en el puerto de Casma por la escuadra confederada formada por la corbeta “Esmond”, la barca “Mexicana”, el bergantín “Arequipeño” y la goleta “Perú”, bajo las órdenes del marino francés Juan Blanchet. La acción duró varias horas, falleciendo Blanchet y perdiéndose el “Arequipeño”, pero causando considerables pérdidas a las naves chilenas. En lo que respecta a la Confederación, luego de la retirada y dimisión de Santa Cruz tras la derrota de los confederados frente a las tropas restauradoras en la Batalla de Yungay, su existencia concluyó con su disolución, dando paso a un gobierno restaurador al mando de Agustín Gamarra.